¿Se pueden educar los sentimientos?


Documento utilizado en una Escuela de Padres.
Diciembre 2012

Introducción

Hitler, un hombre tristemente conocido en la historia del siglo XX, una de las personas más nefastas de la historia, responsable de la muerte de seis millones de judíos y de provocar una guerra que causó cincuenta millones de muertos, era una persona con gran inteligencia, una gran fuerza de voluntad, un buen control de sí mismo, una gran capacidad de motivar, etc. Ejercía un liderazgo extraordinario, y era un mago del micrófono, y tenía muchas cualidades, pero fue un ser infame, quizá como ningún otro haya conocido la historia de la humanidad.
Es lógico que unos padres quieran para sus hijos lo mejor: unos resultados académicos sin tacha, que aprendan inglés, que sean buenos deportistas, que con el tiempo hagan una carrera universitaria que les labre su futuro, que tengan una gran fuerza de voluntad, un gran autodominio… Pero, tal y como dice Aguiló, ha de quedar claro que todo eso, si después no se emplea para el bien, si no hay un contenido ético suficiente, si no son buenas personas, todo lo que esos padres han conseguido es poner a punto una excelente “máquina”, pero no se sabe para qué fines. Es como un coche potentísimo, y elegantísimo, de excelentes materiales, pero que lleva dirección, y acabará por estrellarse tarde o temprano.
En esta sesión vamos a hablar sobre la afectividad. La afectividad es el conjunto de tendencias sensibles innatas en el ser humano, y el resonar que dichas tendencias producen en nuestro interior (afectos, sentimientos, emociones o pasiones). La afectividad es una realidad muy poderosa, ya que nuestro contacto con la realidad cotidiana es sentimental y práctico. En otras palabras algo más claras, la palabra afectividad hace referencia a la impresión interior que se produce en nosotros debido a un factor interno o externo. O sea, que vivimos en medio del mundo y que nos suceden cosas, convivimos con personas que suscitan en nosotros afectos, sentimientos, emociones y afectos ya sean positivos o negativos... La manera de afrontar esta realidad –afectos, sentimientos, emociones o pasiones- nos dan las claves para educar correctamente la afectividad.

La educación de la afectividad.

Tres etapas: conocimiento propio, apertura y acción.


Para analizar la educación en la afectividad hemos visto correcto adecuarnos a tres etapas básicas: reflexión, apertura y acción.

Todas las personas tenemos en común que somos seres humanos y poco más. Cada una es distinta, reacciona de una manera diferente ante la misma realidad y desea cosas o situaciones que a lo mejor nadie más vislumbra pues no hay un mismo molde para cada uno. Esto es lo
propio de cada persona: que es única.

Ante esta realidad debemos de tener en cuenta que tenemos que ayudar a nuestros chicos a que se conozcan adecuadamente y entonces estaremos poniendo unas bases sólidas para educar la afectividad.
Es verdad aquello del adagio: las personas como el vino mejoran con el tiempo. No obstante, no podemos ser ilusos y pensar que los chicos tendrán tiempo de sobra en el futuro para aprender cómo son ya que el ambiente que les rodea no es el más propicio para reflexionar. Al igual que no dejaríamos un ordenador sin antivirus pues un hacker lo destrozaría no confiemos nuestra responsabilidad de educar inteligentemente a nuestros hijos al futuro.
Procurar conocer de verdad a nuestros chicos, llamar a las cosas por su nombre y razonarles  su actitud no es una mera introspección psicológica, sino un entregarles el instrumental necesario para que puedan aplicar ellos mismos tratamientos y buscar soluciones que otros ya han ensayado antes.
En segundo lugar, nos encontramos con la apertura: muchos chicos no son capaces de expresar cómo están. Es muy típica la siguiente afirmación: me encuentro mal pero no sé qué me pasa, o esta otra, no sé porqué me comporto de esta manera, no puedo controlarme. Esto no es extraño, es una realidad en la adolescencia.
Para explicar nuestra situación interior tenemos un vocabulario muy pobre, rudimentario. A hablar se aprende hablando: por eso es tan importante esa conversación íntima con los chicos en algunos momentos del día porque tenemos que acostumbrarles a expresar lo que sienten, por eso mismo es tan importante la tutoría en el colegio, porque el chico tiene alguien con quien hablar, que se interesa por él –no sólo por sus notas-. Sin lugar a dudas: si vuestros hijos se abren con vosotros y con los tutores y procuramos darle un criterio –los chicos necesitan seguridad- habremos andado un trecho del camino.
Cada niño es un mundo: están los que no tienen problemas para decir las cosas y los que no se dan a conocer absolutamente nada. En un caso u otro tenemos que procurar que el niño hable, que nos diga cómo está. Sea del tipo que sea, todos los niños expresan de alguna manera su estado de ánimo, ya sea mediante un rato de conversación o con un  lenguaje no verbal –algunos lo llaman lenguaje corporal-. Debemos de procurar crear un clima de confianza que favorezca esto debido a su importancia capital.
En tercer lugar nos encontramos con la acción: un niño que se conoce y que da a conocer con sinceridad qué le ronda por la cabeza ya tiene el instrumental básico para armonizar esos afectos, pasiones y emociones de una manera adecuada. No obstante, no asegura su eficacia ya que el niño tiene un enemigo que le ronda: la pereza de controlarse.
Suele suceder que el preadolescente, tras realizar una acción inadecuada de la que ha sido
reprendido en casa o en el colegio muestra con sinceridad su arrepentimiento. También es frecuente su reincidencia en la misma acción. ¿Qué pasa entonces? ¿No has mentido? Sinceramente pienso que no –al menos en la mayoría de los casos-. Lo que le cuesta es dominar sus apetencias. En estos casos, con mucha paciencia debemos de mostrarle por qué su acción está mal hecha y hacerles ver las posibles consecuencias que tiene sobre los demás. Esto con el tiempo le ayudará a ser consciente de que no es un sujeto aislado del universo sino que las cosas buenas que haga o deje de hacer repercute necesariamente sobre los demás. Una persona que después de muchos años de educación ha conseguido tener una carrera universitaria, y un máster, y sabe varios idiomas, pero resulta incapaz de dominar sus reacciones, sus sentimientos, su carácter, eso supone un fracaso personal muy serio, y también una hipoteca profesional enorme. Sin embargo, La capacidad de controlar los impulsos y aplazar la gratificación, aprendida con naturalidad desde la primera infancia, constituye una facultad fundamental, tanto para cursar una carrera universitaria como para ser una persona honrada o tener buenos amigos. Y esto se aprende fundamentalmente en la familia. Por este motivo se ha insistido en la comunicación –que no colegueo- entre los padres y los hijos. Un aspecto, que en este sentido cobra mucha importancia es la motivación: nadie –incluso los padres- está dispuesto a aplazar un premio si no hay un motivo que suscite más interés que la propia gratificación. Por este motivo, en nuestros colegios, siempre se procura educar en positivo. Hay personas que presumen de tener mala memoria o de querer ser desordenadas, o perezosas, y dicen que son un desastre, pero no conozco a nadie que presuma de ser poco inteligente. Parece que todas las personas están muy satisfechas de lo que les ha tocado en el reparto de la naturaliza. Aunque lo diga un poco de broma, me parece que todo educador debe apoyarse en ese sentimiento, y decirle a cada uno que si se considera muy inteligente, pues que lo demuestre tirando de su voluntad.